Las infraestructuras portuarias tienen implicaciones respecto del cambio climático y el medio ambiente también asociadas a su actividad y las emisiones que generan. El tráfico marítimo supone actualmente un 3% de las emisiones globales de CO2. Además la actividad portuaria concentra otros tráficos y actividades que agravian sus implicaciones: conexiones de transporte terrestre con camión, actividad logística interna, etc.

Por lo tanto, el puerto del futuro debe alinearse con los retos de mitigación del cambio climático y el proceso de descarbonización de su actividad, tanto en cuanto a la infraestructura como a los diferentes sistemas de transporte que interactúan en el espacio logístico.

Las medidas a implantar en el proceso de descarbonización son de tres tipos: tecnológicas, como la innovación en materiales o condicionantes de diseño; operacionales, como la posibilidad de reducir el tamaño de los barcos o su velocidad, además de ordenar usos para reducir los impactos sobre el territorio próximo; y por último energéticas, promocionando la transición hacia fuentes de energía verde. Además, el proceso de regulación internacional es clave para garantizar la definición de objetivos y el cumplimiento de estos.

Este reto se reconoce ya por el ecosistema portuario europeo que aspira, por ejemplo, a descarbonizar el 90% de los muelles en 2030 o propone tasar el transporte marítimo por sus emisiones asociadas. Aun así, entendemos que el puerto del futuro tiene que aspirar a más, y ser un activo para reducir las emisiones también de su entorno. Convertirse en infraestructuras de energía positiva donde la generación de energía verde de km0 pueda dar servicio a su contexto o promocionar un transporte intermodal, ferroviario-marítimo, que consolide corredores logísticos verdes en todo Europa.