Los puertos son nodos de conexión y en ellos se ven las tensiones que operan en los procesos de desarrollo de nuestra sociedad. Cómo se apunta en el ámbito de territorio y ciudad, su desarrollo en las últimas décadas ha tendido a la desterritorialización, guiado por su servicio a las dinámicas globales de producción, comercio y consumo. Además, la desarticulación de su servicio en el territorio que lo acoge se ve agraviada por la tendencia a un modelo corporativista de gestión, que fundamenta los procesos de decisión en el servicio a la economía transnacional.

Esta situación supone una pérdida de vinculación de los puertos y sus órganos de gestión con el territorio y las ciudades que los acogen. Supone además, la imposibilidad de garantizar el logro de las agendas de desarrollo sostenible, con las cuales tenemos que ser capaces de equilibrar las aspiraciones de crecimiento con un aumento equiparable de amplios beneficios sociales y ambientales.

Se requieren nuevos modelos de gestión y planificación que equilibren, efectivamente, los intereses que promueven el desarrollo portuario y su función central de servicio en el territorio que lo acoge. En este sentido, los modelos de mayor éxito facilitan de forma intensa la cooperación con la ciudad y los agentes regionales, con modelos de gobernanza más horizontales.

El puerto del futuro tendrá que actualizar su gobierno, para ser capaz de lograr los objetivos complejos y multidimensionales que se le requieren. La aspiración es la de mantener su condición de activo territorial que acompaña en la transición y adaptación a las nuevas realidades. Por eso, su liderazgo tendrá que ser estratégico y su modelo de gobierno tendrá que estar definido en clave abierta y mediadora.